lunes, 22 de junio de 2015

El duro camino de la barra libre de teta.

A punto de hacer la chiquinina tres meses, empiezo a ver un poco la luz en este tortuoso camino que es la lactancia materna exclusiva y a demanda. No lo he elegido porque sí, sino porque es lo que se aconseja por parte de la OMS, que los bebés se alimenten sólo de pecho y cada vez que quieran, durante el tiempo que quieran, sin horarios ni tiempos límites. Antes de parir me estuve informando bien sobre el tema, estaba convencida de que quería darle a la peque LME y, leyendo los libros de Carlos González y muchas páginas en Internet, casi me creí eso de que la que no da la teta es porque no quiere, básicamente, que cualquier problema que surja se arregla estando informada y que la lactancia es algo maravilloso e indoloro.

Indoloro, mis cojones ovarios.

La cosa empezó regular. Ya en el hospital me costaba mucho que la peque se enganchara bien, con mucha ayuda por parte de las enfermeras de la planta y poniéndome a la niña al pecho casi constantemente, conseguí que me subiera la leche el día que nos íbamos de alta. Yo me fui del hospital con los pezones irritados, pero al día siguiente ya en casa me empezaron a salir grietas y a sangrar (siento ser gráfica pero para que se vea lo maravilloso del tema). Cada toma era un suplicio para mi porque me dolía muchísimo, y para la peque porque no conseguía engancharse bien y yo la desenganchaba constantemente para que no me hiciera más daño. Así que estábamos las dos desquiciadas, yo de dolor y cansancio, y ella de hambre y frustración. Nos fuimos de alta el domingo y el lunes por la noche fue cuando culminó nuestra crisis, a las cuatro de la mañana la peque lloraba desesperada de hambre sin conseguir ya engancharse (ni bien ni mal) y yo de dolor. Intenté sacarme leche a mano y algo conseguí, pero muy poco porque es complicado y se necesita práctica. Le dimos lo poco que saqué con un vasito pero seguía llorando de hambre. Así que acabé sucumbiendo y mandé al santo padre a la farmacia de guardia a por leche de fórmula y un biberón. Le dimos y la peque durmió tan a gustito hasta por la mañana, pero yo me sentía fatal, mala madre incapaz de alimentar a su hija aun teniendo el pecho pleno de leche... Cosas del posparto, que una va hiperbaja física y mentalmente. Por la mañana, le dimos otro bibe porque no me sentía capaz de darle el pecho.

Inciso: no sé si he comentado alguna vez lo cabezota que soy. Creo que el estar emperrada en darle el pecho (y el apoyo que he tenido por parte de Dani y mis padres) ha sido lo que ha hecho que siguiera intentándolo. Cualquier otra persona no me extrañaría que hubiera dicho qué se le va a hacer, no puedo seguir sufriendo así que seguimos con bibe y ya está. Hubiera sido lo más lógico.

Sigo. Por la mañana, después del bibe, nos fuimos a un grupo de apoyo de la liga de la leche que había cerca de casa. El grupo me sirvió mucho como desahogo y para relativizar un poco, sobre todo porque había un par de mamás que estaban casi en la misma situación que yo. A mediodía fui a mi matrona, que es IBCLC, pero no me solucionó mucho. Que sí que la niña se enganchaba mal pero parecía que era por vicio no por un problema, no parecía tener frenillo, la postura era buena, pero se le escapaba el pecho, así que tenía que seguir intentando engancharla bien y sacarme leche y dársela en jeringuilla para descansar los pezones y vaciar el pecho porque estaba con toda la subida y me dolían un montón de lo llenos que estaban.

En fin, esa tarde mis padres acudieron al rescate y les mandé a comprar un sacaleches, un bibe que se supone que no interfiere con la lactancia y unas pezoneras. Todo eso se puede decir que salvó nuestra lactancia. Me saqué leche, aunque no mucha por mi inexperiencia, y se la dimos con jeringuilla (lo cual es un poco coñazo, pero ya lo explico otro día). Aún así la peque seguía con hambre y probé con las pezoneras. Al principio no sabía succionar de ellas, pero dándole un poco de leche con la jeringuilla por la comisura enseguida entendió que de ahí salía chicha y se enganchó pero bien. Para mi fue un auténtico alivio, físico y emocional. Así que a pesar de la mala fama que tienen, se puede decir que las pezoneras salvaron mi lactancia.

Diez días después, mi matrona puso el grito en el cielo, me dijo que me las quitara ya mismo que tenía mucho riesgo de coger una infección. Salí de la consulta muy frustrada y sintiendo que lo estaba haciendo fatal, pero sin saber por qué la niña no conseguía engancharse bien. Cuando fui otra vez al grupo de la liga, lo relativizaron un poco, y que si a mi me servía, pues bienvenido sea. Me dieron pautas para intentar quitarlas, pero sin agobiarme. Luego he leído que hay gente que las usa hasta muchos meses en lactancias prolongadas, lo cual me ha dado mucha tranquilidad. Es un poco coñazo porque hay que mantenerlas bien limpias y no deja de ser un trasto que hay que llevar para darle de comer, pero las dos estábamos a gusto con ellas y la niña iba cogiendo peso bien. Prefiero eso a tener que cargar con bibes y a vueltas con el esterilizador y esas cosas.

Otros percances que he tenido ha sido una posible mastitis subclínica, que se pasó tomando probióticos, y una perla de leche, que se pasó poniendo mucho a la niña en ese pecho y con ibuprofeno. Sobre todo la perla es muy dolorosa, y los síntomas de la mastitis muy molestos. Sabía qué hacer gracias al grupo de lactancia y a haberme informado, pero hubiera sido otro motivo para abandonar la lactancia.

A todo esto, todavía no tengo claro que es lo que fallaba con el enganche. Yo creo que tengo el pecho muy grande y la niña o tiene la boca pequeña o algo de frenillo que no le han visto, o algo así, pero nadie ha dado con el quid de la cuestión. Algún testimonio he leído también de mamás que un buen día se las quitaron casi de forma mágica... No tenía muchas esperanzas de que eso pasase, más bien me iba mentalizando para usarlas unos cuantos meses más. Pero contra todo pronóstico, el día que la niña hacía dos meses, me pilló en un centro comercial con las pezoneras sucias y la peque con un berrinche que pa qué. Así que mi instinto me dominó y le metí la teta en la boca, y sorprendentemente, hizo una toma perfecta sin hacerme nada de daño. Desde entonces he intentado aprovechar y darle todas las tomas posibles sin pezoneras. Los primeros días fue complicado y algunos días no había manera, pero poco a poco cada vez las he necesitado menos. En la semana que hemos estado en la playa sólo las he usado en una toma, porque en la anterior me había hecho daño y no quería más grietas. ¡Ha sido un triunfo! Todavía no canto victoria, pero parece que me voy a librar de ellas.

Lo bueno es que puedo decir que estoy empezando a disfrutar de mi lactancia, es mucho más cómoda ahora, las tomas son mucho más cortas y poder darle tumbada por la noche es una gran diferencia porque nos quedamos las dos fritas enseguida. Sé que me quedan momentos duros, como la crisis de los tres meses, pero ya iré contando como vamos capeando los obstáculos que se nos presenten.

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